Jaume Sellés
Secretario general de CC.OO. de las Terres de Lleida
Article publicat a La Vanguardia el dimarts 19 d'agost de 2008
En plena crisis de la sequía y cuando todo el mundo rezaba a sumanera para que el cielo se dignara a calmar nuestra sed, una voz, la de Joan Miquel Nadal, ex alcalde de Tarragona, advertía con un deje de cinismo que él rezaba justo para lo contrario. Temía, no sin razón, que si de pronto empezaba a llover no seríamos capaces de abordar el ya crónico problema del abastecimiento de agua en Catalunya.
Llovió a cántaros durante dos meses y espero que el tiempo no acabe dando la razón al señor Nadal, porque más allá de su complejidad el asunto requiere ser abordado de inmediato si no queremos sufrir a medio plazo las consecuencias en términos de fractura social y confrontación territorial. Si algo ha puesto de relieve este episodio de sequía es que las costuras del país no están para resistir ni más frivolidad ni más política del avestruz. Frivolidad emitida por gurús mediáticos pagados con dinero público, avivando la hoguera de los agravios comparativos entre territorios. Política del avestruz que de manera sucinta consiste en no hablar claro a los votantes, en negarles la explicación honesta de asuntos complejos como si fueran niños a los que mejor no disgustar con cuitas de mayores.
En Lleida, un grupo de personas y entidades de diversa procedencia y sesgo ideológico, agrupados en torno al llamado Compromís per Lleida, hemos ido concretando un mensaje propositivo que parte de la constatación de que en nuestro país hay agua en cantidad y calidad suficientes no sólo para que en el futuro no vuelva a verse tan de cerca el fantasma de una crisis de abastecimiento en la región metropolitana sino también para reparar el expolio que han padecido durante demasiado tiempo las gentes de la cuenca del Ter y a la vez crear expectativas de nuevo desarrollo económico para el cuasi invisible Far West catalán.
Juntos nos manifestamos el pasado Primero de Mayo, no para hacer frente a un agravio o a una agresión externa sino para proponer un método de trabajo que nos acerque a la solución del problema. ¡Vaya, la cuadratura del círculo!, dirán los más descreídos. Simplemente, optimismo de la voluntad, diremos nosotros. Nadie niega la complejidad del asunto, así como nadie puede afirmar con honradez que haya una única solución para afrontar con garantías el problema en su globalidad. Cuando entren en funcionamiento las plantas desalinizadoras proyectadas, el área metropolitana tendrá, sin duda, menos riesgos a corto plazo, pero estos no desaparecerán del todo si no somos capaces de conjugar en positivo las oportunidades y las amenazas que una solución estructural del problema puede implicar para el conjunto del país. ¿O es que
podemos continuar alimentando impunemente sus desequilibrios económico, demográfico y de infraestructuras?
Por eso es urgente quitarle la razón al señor Nadal (estoy seguro de que se alegraría). Y para ello, sería útil abrir un debate social para el cumplimiento y desarrollo de la directiva marco del agua, convocando una mesa suficientemente representativa en términos sectoriales, territoriales e ideológicos con el mandato de llegar a un pacto nacional del agua que satisficiera las preocupaciones, necesidades y sensibilidades de todos. Ahora que tenemos agua y sin urgencias electoralistas, hay una oportunidad para el sosiego y la responsabilidad que es imprescindible aprovechar. O al menos así lo creemos algunos ingenuos que, como Barack Obama, sabemos que si se quiere se puede.
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