dijous, 26 de juny del 2008

El Consell no cuenta lo que sabe sobre el trasvase del Ebro

No salgo de mi asombro cuando veo que el Consell sigue defendiendo el trasvase del Ebro como solución para paliar el déficit hídrico de nuestra zona, cuando hace tiempo que se demostró, calculadora en mano, que es una opción mucho más cara que la alternativa de la desalación. A los alicantinos nos costaría más euros por cada metro cúbico traer agua desde el Ebro que producirla con desaladoras.

¿Hay alguien que quiera pagar más por lo mismo? Sí, sí que lo hay: el Consell pretende pagar más por el agua de lo que cuesta realmente y, por supuesto, con el dinero de todos los valencianos. El precio del agua desalada es fijo y contrastado. Si sumamos los costes implicados de energía, explotación y amortización de las instalaciones se obtiene un precio medio actual de 50 céntimos de euro por cada m3. Se debe remarcar lo de actual, pues en la última década el coste de producción de agua desalada se ha reducido a la mitad y es previsible que continúe bajando en los próximos años. Este precio es prácticamente independiente de quién y dónde desale, pues cuesta lo mismo en la costa mediterránea que en California. Eso sí, se debe disponer de agua de mar, por lo que esta solución es viable sólo para las regiones con acceso al mar.

Por otro lado, cuando hacemos números para calcular el precio del agua del trasvase del Ebro y sumamos el mismo tipo de costes con datos extraídos del derogado Plan Hidrológico Nacional nos llevamos la gran sorpresa. Resulta que llevar agua del Ebro a Almería cuesta el triple que desalarla del Mediterráneo, el doble en caso de llevarla a Murcia y un 50% más caro para Alicante. ¿Conocían este dato? ¿Sabían que resultaba más caro trasvasar agua desde un lugar tan lejano como el Ebro que desalarla desde un lugar tan cercano como el Mediterráneo? Exactamente lo mismo ocurre si en lugar de euros manejamos unidades como consumo energético o producción de CO2. Todo es consecuencia de la distancia a la que se encuentra el Ebro de estos lugares. Cuanto más lejos, más caro, y el Ebro está lejísimos.

El gobierno valenciano haría bien en dejarse asesorar por técnicos independientes que les expliquen y si es necesario le hagan algunas sumas y restas que no tienen demasiada complicación. Si descartamos que el equipo gobernante tenga poca capacidad para entender asuntos triviales sobres costes, energía, amortizaciones e impacto ambiental la única explicación que encuentro para defender que los valencianos paguemos más por el agua trayéndola del Ebro que desalándola de la orilla del mar es que sea rentable en votos. Efectivamente, hacer demagogia sobre el agua es fácil y rentable políticamente, pero por otro lado es cruel y mezquino si consideramos la necesidad que tenemos en esta zona, y ya no tanto para regar los cuarenta y tantos campos de golf que promociona nuestro gobierno, sino para hacer viable el proyecto de vida de mucha gente, y especialmente los que se dedican a la agricultura.
Imagino en ocasiones que si algún gobernante, dejándose llevar por su obstinación y megalomanía realizase la brecha de 900 kilómetros al territorio que supone el trasvase del Ebro, tras su pomposa inauguración quedaría como monumento a la incompetencia y al despilfarro. Nadie pagaría más por traer agua del Ebro que por tomarla del mar y desalarla.

Mi formación como ingeniero hace que evite plantear predicciones sin base científica y matemática. Aun así, tengo la completa seguridad de que cuando tarde o temprano el PP gane las elecciones generales, no construirán el trasvase del Ebro, aunque hasta ese momento y por lo visto el patio, estoy convencido de que seguirán cosechando votos en nuestras tierras basándose en grandes engaños de alta rentabilidad electoral.

Considero que el engaño sobre el precio que debemos pagar es el que más longitud aporta a la nariz de nuestro particular Pinocho. Aun así, hay otro engaño que podríamos ubicar en la punta roja de esa creciente narizota. Engaño que juega con algo que es de todos, que es nuestra casa y la de las próximas generaciones: el medio ambiente. Ciertas voces mal o maliciosamente documentadas insisten en que la desalación genera un impacto ambiental inasumible en los ecosistemas marinos. No es cierto. Si se hacen bien las obras -lo que se debe dar por descontado-, los impactos ambientales son mínimos y todas las zonas marinas afectadas por las obras son recuperables. Basta con verter la salmuera a profundidades mayores de 30 metros, donde no existen praderas de posidonia, puesto que necesitan luz para desarrollarse. A partir de ahí, la mayor densidad de la salmuera garantiza su dilución sin riesgo de acercarse a zonas menos profundas. Es así de sencillo, aunque no sea barata la construcción de los emisarios necesarios.

No es tan fácil evitar los impactos sobre los ecosistemas terrestres que provocarían las obras del trasvase con sus faraónicos 900 kilómetros de canal de 20 metros de anchura (como dos veces el trayecto entre Alicante a Madrid), vallado e infranqueable, al igual que los fosos de defensa de los castillos. Debemos tener en cuenta que sustituir la superficie de nuestra tierra por hormigón produce impactos definitivos e irrecuperables en la zona ocupada. El trasvase ocuparía unas 2.000 hectáreas de territorio, frente a las 25 hectáreas que ocuparía todo el conjunto de desaladoras con capacidad de equivalente. La comunicación entre un lado y otro del canal de personas, vehículos, animales, escorrentías de agua, etcétera, queda seriamente afectada cuando no eliminada. La energía y el CO2 emitido a la atmósfera por la elaboración y puesta en obra del hormigón necesario es tan descomunal como profundo es el silencio al que se ha sometido este asunto. Y aún quedan temas como la mala calidad del agua del Ebro que podría llegar a empobrecer las tierras regadas, la invasión de especies foráneas que alterarían los ecosistemas o los impactos sociales y ambientales generados por las inundaciones de valles que provocaría la construcción de las nuevas presas necesarias para regular los caudales trasvasados.

Conviene recordar a los políticos que tienen el deber de administrar nuestros recursos adecuadamente, por lo que deben evitar que nos cueste más lo que puede costarnos menos, y si lo hacen mal que vengan otros más competentes. Es bueno también que tanto ellos como nosotros no olvidemos que la política es el único sector de empleo junto con el de entrenadores de fútbol donde no se debe buscar estabilidad laboral ni contratos indefinidos.

Para finalizar, me pregunto por qué tanto empeño en zambullirnos de lleno en la parte perversa de la economía global. Quemamos combustibles extraídos a miles de kilómetros cuando tenemos energía solar barata y suficiente sobre nuestras propias casas. Comemos manzanas argentinas cuando tenemos las de Beneixama a tiro de piedra. Queremos traer agua del Ebro cuando tenemos una fuente inagotable en nuestros mares. Ejemplos no faltan. No, la globalización no debería consistir en eso.

Alfonso Rueda García-Porrero es ingeniero de caminos y profesor de Ingeniería Ambiental en la Universidad de Alicante.